Madres zombis, hijos que no duermen

walking dead
Por Anita C.

Madres zombis, hijos que no duermen

Muchas mujeres afirman que desde que fueron madres no volvieron a dormir como siempre. Y aunque suene exagerado, es una realidad. La etapa de preparar biberones a media noche no es eterna, pero tampoco termina el último día de la baja maternal. A pesar del cansancio y el sueño, cumplimos nuestras obligaciones diurnas. Camuflamos las ojeras, arrastramos los pies y compartimos nuestras noches toledanas con otras madres sin perder el sentido del humor. Somos las nuevas mombies. Si nos ves, hazte el muerto. Podemos morder.

Te levantas cada mañana con dos bolsas del Mercadona bajo lo ojos y el pelo oliendo a leche ácida. Te preparas un café y cuando le das un trago descubres que le has echado seis cacitos de Nutriben…

¡ENHORABUENA! Has sido madre.

Sales del parking de tu casa llevándote un par de columnas; tiras el coche en la mediana frente a la guardería y cuando vas a abrir las puertas traseras, descubres que te has dejado a los niños en casa.

¡ENHORABUENA! Has sido madre.

Te has dormido en una reunión, has envidado por email a tu chico la lista de la compra. De pronto, se acerca tu jefe y te dice en tono grave que no, que no va a comprarte ni tampones ni doce litros de leche. Y por supuesto, no vuelvas a llamarle “cari”.

¡BIENVENIDA AL CLUB DE LAS MADRES ZOMBIS!

Madres dándolo todo en la fiesta del agua del AMPA. (Yo soy la guapa que lleva el tocado en la cabeza).

Nunca te acostarás sabiendo a qué hora te levantarás. (Extraído del refranero español para padres).

Así duerme una madre

Inevitablemente, la maternidad nos cambia la vida, incluidos nuestros hábitos de sueño. Antes eras capaz de dormirte de pie apoyada en el bafle de una discoteca y ahora parece que tienes un sensor anal conectado mágicamente con tus hijos: un simple estornudo o un gemidito te hará levantar el culo de un salto en menos de un milisegundo. Esta es una realidad. Al igual que este dato aterrador: los padres dormimos entre 400 y 700 horas menos durante el primer año de vida de nuestro bebé.

Y allá va la pregunta: ¿alguien nos devolverá esas horas? ¿Podremos recuperarlas en la repesca de septiembre del año 2520?

Probablemente no, pero todas tenemos puestas nuestras esperanzas en ello. De hecho, soñamos (soñar, bendito verbo) con ese gran día en el que podamos decir “lo siento, se me han pegado las sábanas”, en lugar de “lo siento, se me han pegado los piojos” (algo que también sucede con demasiada frecuencia, por desgracia).

Y de verdad, no quiero ser pajarraca de mal agüero, de verdad que no, pero me da el pálpito de que dormir, lo que se dice dormir a pata suelta, no va a suceder nunca.

Excepto que lleves una prótesis de pierna y te la puedas desenroscar para que se eche una siesta.

¿PERO QUÉ VEN MIS OJOS? ¡Mi mano aquí tirada en medio de un artículo de Glupglup! Y yo desesperada buscándola por toda la casa. Ainssss, qué cabeza tengo… ¡Hostias! ¿Y mi cabeza?

Fases evolutivas de una madre zombi

-Recién nacido-madre arrastrada. Es curioso cómo la maternidad nos nubla la razón por completo. Cuando estas embarazada y escuchas a las otras mamás quejándose porque su bebé no la deja dormir, una vocecita interna te dice que eso no te tiene por qué pasar a ti. No te va a pasar porque tú vas a parir una linda marmota como su padre, con todo ese pelete suave y sus ojitos de animalito adorable. Meses después descubres que ni marmota ni leches. A ti te ha tocado parir un puñetero Gremlin: tierno y dulce por el día y con un carácter de mil demonios por la noche.  

-Segundo año de vida. Ya puedes decir que duermes entre seis y ocho horas ininterrumpidamente. Estás de suerte. De hecho, has vuelto a comprar el cupón de la ONCE. Eres suertuda y morruda por partes iguales. Hasta tienes una cosa en la cara que se puede llamar cutis. Pero lo bueno no dura siempre… Llega el invierno, el bebé está en edad de socializarse, le matriculas en la guardería y ¡vuelta a empezar! Noches aspirando mocos, limpiando caquitas líquidas, jeringuillas de Dalsy por aquí, vómitos por allá… En fin, lo más parecido a un concierto de Marilyn Manson.

-¡Por fin va al cole de los mayores! Aplaudes, haces la ola y te subes mentalmente la camiseta enseñando las lolis porque el pequeño demonio caerá en la cama derrengado. Y así será. Incluso te sorprenderá gratamente que no haya dios bendito que levante a la criatura por las mañanas para ir a clase. Eso sí, el sábado y el domingo ahí le tienes: más fresco que una lechuga a las seis de la mañana para que le acompañes al salón y podáis ver juntitos por enésima vez los Little Einsteins.

Rebeca Rus, Paloma Aínsa, Madre Imperfecta y yo despidiéndonos de nuestros hijos cuando se van de excursión.

-Llega la pre-pubertad. Y con ella una nueva batalla: convencerle sin perder la calma (por eso de que se puede activar con los gritos) de que se tiene que ir a la cama porque al día siguiente hay cole. Es entonces cuando te preguntas de qué te sirvió el maldito método Estivill y la dichosa rutina ‘bañito-cena-cuento-a la cama’. O peor: por qué sacrificaste todos esos viernes noche viendo capítulos estremecedores de la Supernanny. ¿POOOOOR QUEEEEÉ? (grito hipohuracanado).

Pero aquí no acaba todo. También esta es la etapa de los terrores nocturnos: gritos desgarradores a media noche ideales para provocar infartos a todo un vecindario. Para colmo te cuenta aterrorizado que ha soñado con Ángela, la gata, una App cuya leyenda urbana es que secuestra niños a través del iPad. También descubres que han hecho la ouija en clase. La ouija, señoras y señores. Nuestros hijos jugando a algo que no es digital. Una no sabe si reír o llorar.

La temible adolescencia. Otra etapa de insomnio perenne. Ya no te levantas a mitad de la noche a cambiar pañales ni ranitas con efluvios hasta el cogote. Ahora te levantas para calzarte, coger el coche y esperar agazapada en la puerta de la discoteca para llevarle sano y salvo a casa. O leyéndote por tercera vez todas las obras de Ken Follet. Y lo más triste de esta película de terror es que echas de menos esas noches interminables calentando biberones.   

O el abrazo de tu retoño nada más despertarse por la mañana.

Porque, queridas madres zombis: cuando despiertas a tu pequeño o pequeña con un beso y te regala una sonrisa, te sientes más feliz y completa de lo que te has sentido nunca. Estado marciano donde los haya, lo sé.

En fin, solo puedo decirte:

¡ENHORABUENA! Has sido madre.

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Este artículo lo ha escrito...

Anita C.

Anita C. (Madrid, 1974). Redactora freelance de moda y belleza y madre de un niño y una niña. No le da vergüenza admitir, que no lleva nada bien lo de cumplir años, ni pasar todas sus tardes... Saber más...