Salir y sentirte la madre de todo el pub

Salir y sentirte la madre de todo el pub

Salir y sentirte la madre de todo el pub

Existe un día determinante en la existencia de todo ser humano. ¿La firma de un contrato indefinido? ¿La paternidad? ¿La jubilación? No, no y no. El momento que lo cambia todo es cuando entras en el pub de tu barrio de toda la vida, ese en el que siempre te has sentido la reina del local, y te das cuenta de que pareces la madre del 90% del aforo. Oficialmente te has convertido en una viejuna. No hay vuelta atrás, amiga.

Esa noche empieza como otra cualquiera. Quedas con tus amigas a cenar, la cerveza da paso al gin tonic y de que te quieres dar cuenta vas rumbo a un pub. La primera señal de que esa noche todo va a cambiar llega incluso antes de entrar, en la cola. Ves a los gorilas de la puerta pidiendo el DNI a toda la fila de jovenzuelas que tienes delante y sacas el tuyo con ilusión de la cartera. Estás deseando poderlo enseñar y reírte con tus amigas en plan “piensan que tengo menos de 18”. Lo sujetas entre los dedos, pensando que las nuevas cremas que te pones deben ser milagrosas porque te han quitado quince años del tirón, llega tu turno, mueves la mano para dárselo y el portero te dice que no hace falta. Maldito cabrón, piensas. ¿Tanto le habría costado seguir con esta farsa? ¿No podría haberle echado una ojeada aunque en el fondo pensase que tenía los 18 en cada pata? A eso se le llama falta de sensibilidad. Inmediatamente le odias y te planteas mostrárselo a la fuerza para que le de un infarto al ver la cara de la niña de La señal con la que sales en la foto.

¿Vuelvo a hacer la cola a ver si se le olvida y esta vez me pide el DNI? Tal vez el fallo eran mis amigas que ellas sí que aparentan nuestra edad.

Piensas que una vez dentro la cosa mejorará. No te hagas ilusiones. Es poner el primer pie y sentirte la profesora que acompaña a  una excursión de fin de curso y se lleva a los alumnos de fiesta por la ciudad. Todos son pequeños. Sin excepción. Y tú esa mujer a la que miran con una frase pintada en los ojos: “pureta por qué estás en nuestros dominios”.  Por si acaso no te había quedado claro, entre ese tumulto de hormonas y adolescentes, distingues al típico amigo del barrio que se ha quedado en los 15 años y pretende seguir actuando como tal, lo que no hace sino incrementar tu sensación de que no deberías estar allí.

Te pides una copa. El alcohol hace que olvides todos los males. Sin embargo, ese garrafón que con 18 años mamabas como si fuera elixir de dioses, te sabe mal y, lo peor, eres demasiado consciente de que te provocará una resaca de al menos tres días y una cagalera de otros tantos para la que no sabes si estás preparada. No obstante, vuelves a mirar a tu alrededor y te bebes el cubata de un trago tratando de pillarte el mismo pedo de colores que cuando tenías 20 años y así sentir que durante esa noche es tu edad.

 

Un par de cubatas, me subo a la barra y vuelvo a ser el alma de la fiesta.

Te giras en la barra sorbiendo de la pajita para ver el panorama y ahí viene la segunda señal de que, lo quieras o no, Peter Pan se ha hecho mayor. Miras al grupo de chavalines y sus técnicas de seducción y te entra la risa por lo básicas y obvias que son.  De repente te sientes un poco identificada, aunque tus recuerdos de esa etapa son como imágenes en blanco y negro en un televisor. Los bailes sensuales en los que tú te creías la prima hermana de Shakira y en realidad parecías un pato mareado, esas miradas y risitas con tus amigas que para ti eran disimuladas y de las que se estaba enterando todo el local… Un largo etcétera que te produce nostalgia y alivio en proporciones iguales. Sí, te lo pasaste muy bien, pero das gracias a todos los dioses por no seguir haciendo el ridículo de esa manera.

Decides dejar de observarles sobretodo después de que mientras mirabas a una de las chicas con las nalgas al aire has pensado que “tú nunca irías así ni dejarías que lo fuera tu hija” rememorando la voz autoritaria de tu madre cuando te regañaba por lo corta que era tu minifalda. Niegas con la cabeza. No puedes convertirte en ella. Pides un chupito.

¿One direction qué? ¿Es que ya no se llevan los Backstreet Boys? ¿No está de moda el pelo a tazón de Nick Carter?

Te pones a bailar y, como no conoces la mayoría de las canciones de moda, imitas a la gente de tu alrededor hasta que te das cuenta de que eres incapaz de seguir su ritmo y te duele hasta las pestañas de no parar de moverte arriba y abajo. Aprovechas para ir al baño y error. Se encienden todas las alarmas y el pirulo rojo. Hay más meado fuera que dentro. La taza, el suelo, el papel higiénico, todo está mojado. Y te da asco. No lo puedes negar. Tú, que has sido una experta en el noble arte de mear entre dos coches sin mojarte los pies, te descubres diciéndote que no hay necesidad de coger una infección por acercar tu trasero a ese váter infecto.

Ya está. Lo asumes. Da igual que te pongas cuatro cremas cada cinco horas, sigas comprando algún conjunto en Berska o te sientas a la moda porque te gustan las series juveniles. Has crecido. Ha ocurrido lo imposible. Has salido y te has sentido la madre del garito. Mátame camión. Sin embargo, es no es malo. La vida es etapas y tan malo es querer saltarse una para llegar a la siguiente como anclarse en la pasada. Todo tiene sus cosas buenas y lo que hay que hacer es saber disfrutar de ellas. No es necesario que vayas a ese pub y te sientas igual que como cuando eras una cría, lo que tienes que hacer es ir y pasártelo bien del modo que necesites con tus amigas, sin imitar tiempos pasados, viviendo el presente.

¿Qué no te piden el DNI? Pues mejor para ti que salías con una cara de orco de Mordor (nadie sale bien en el DNI). ¿Qué el alcohol es garrafón y la resaca te afecta más? Pues te tomas un ibuprofeno antes de meterte en la cama porque tantos años de pedos tropicales te han enseñado los trucos para paliar el dolor de cabeza del día siguiente. ¿Qué no conoces las canciones? Pues te las inventas moviendo mucho la boca y seguro que das el pego. ¿Qué no sabes bailar a la moda? Pues lo haces como antiguamente. Todo tiene solución. Y es que saber que oficialmente eres un poco más viejuna no es algo negativo, lo malo habría sido no haber llegado.

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Este artículo lo ha escrito...

Alexandra Manzanares

Alexandra Roma o Alexandra Manzanares Pérez (Madrid, 1987) es un periodista, guionista, directora de cine, escritora y, gracias a Glup Glup, columnista, ¿se comprende por qué necesita una doble... Saber más...