Ya no sé ni quién soy y ni falta que hace

Ya no sé ni quién soy y ni falta que hace

¿Por qué conformarme con una personalidad cuando puedo tener varias a la vez? ¿Por qué la maternidad tiene que implicar que yo cambie mi forma de ser, que renuncie a mis locuras y siente la cabeza? ¿Por qué no puedo ser la de antes y otra también? Reinvindico mi derecho a ser yo y otras cuantas más. Y a negarme a  asumir un único papel en mi propia vida.

Si hace diez años hubierais preguntado a cualquiera de mis conocidos cómo era yo en realidad las respuestas hubieran sido de lo más variopintas (“es una tarada obsesionada con la publicidad”, “trabajar con ella es como trabajar con Mary Poppins”, “canta a grito pelado por los pasillos de la oficina”, “me avergüenzo de ir con ella por la calle”...) pero, hubierais podido comprobar, que todas las respuestas iban orientadas a describir a un mismo tipo de mujer: una chica divertida, urbana, centrada en su trabajo, profesional liberal creativa un tanto excéntrica y alocada. Tenía tan asumida mi personalidad y mi papel en esta vida que cuando escribí mi primera novela, Sabrina: 1- El Mundo: 0, me auto-convertí en la protagonista y describí hasta la última gota de mi forma de ser sin complejo alguno.

Me preparé para ser siempre así y para las consecuencias de mi capacidad de meterme en líos todo el rato. Pensé que tendría una vida caótica, pero al menos, sería la mar de interesante.

Y entonces… un buen día todo cambió. Se me ocurrió quedarme embarazada y todo el mundo a mi alrededor dio por hecho de que no tendría más remedio que despedirme de la chica que estaba como una cabra. Que sentaría la cabeza, que dejaría de tener fantasías absurdas y de soñar con Ewan McGregor. Hubo quien me dijo que me olvidara de mantener mi casa tan bonita como la tenía, que me acostumbrara a dejar de ver a mis amigas, que ya nunca bailaría por la calle, que no sabría cuál era la película de moda, que no esperaría ansiosa cada mes a que salieran las revistas… Tendría que asumir mi nuevo papel en el universo. Tendría que madurar.

Pero yo me planteé: ¿era realmente necesario? ¿Por qué no podía una parte de mí, una sola dimensión de mi personalidad madurar mientras las demás dimensiones seguían como siempre? A mí me gustaba cómo era. ¿Realmente tenía que cambiar?

La maternidad me ha enseñado a madurar por una parte e inmadurar por la otra.

Y sí, es cierto que hoy la maternidad me ha obligado a asumir unas cuantas nuevas personalidades: ahora por las tardes soy una tipa muy seria que dice cosas más serias aún como “los cepillos de dientes sirven para algo más que para metérselos en la boca” y “porque lo digo yo”. A primera hora de la mañana soy una maniática del orden, el capitán de este barco y la secretaria de dirección que está al tanto de las citas de todos los miembros de la familia y que tiene el material correspondiente (la ropa de yudo/la mochila de piscina/la merienda/esa muñeca sin la cual no se puede dormir) listo. En muchos momentos soy autoritaria, inflexible y me enfado fácilmente cuando veo restos de mermelada en el sofá o me encuentro un calcetín lleno de pelusas escondido en una cacerola. En determinadas zonas geográficas de España he perdido mi nombre y ahora me llamo “la mamá de…” y dedico la mayor parte de mi tiempo libre a decirle a dos menores lo que está bien y lo que está mal.  Eso no quita para que también sea:

- la que sabe que algo está mal pero disfruta haciéndolo

- la típica amiga loca que te va poniendo en ridículo por la calle

- la compañera de trabajo excéntrica que se pone los cascos y no puede evitar cantar en voz alta

- la romántica soñadora que sueña con que su Otra Mitad llegue pronto a casa… vale, y también con Ewan McGregor

- la que llora de risa por cualquier bobada

- la que llora a moco tendido leyendo la última novela de moda

- la obsesa de la moda, la primera en pasarse por el kiosco el día que salen las revistas femeninas y empollarse los Especiales de temporada como si me fueran a hacer un examen en tendencias

- la que construye castillos en el aire todos los días, en plan Antoñita la Fantástica

- la inquieta, el culo de mal asiento, que sólo necesita dos camisetas y un cambio de ropa de interior para irse de fin de semana

En resumen, que me he dado cuenta de que no soy la chica de antes porque ahora no sólo soy una. Y aunque no tengo muy claro cuántas soy en realidad o si estoy poseída sí que sé que todas mis personalidades son consecuencia de la pluralidad de mi vida y no tengo ningún complejo de comportarme de distinta manera y de ser diferente según vengan las circunstancias. Igual que en la moda no me caso con ningún estilo  (unos días visto tendencia masculina, otros soy una chica “sixties”) en mi vida diaria tampoco me ciño a un estilo de personalidad.

Como se puede observar Rebeca Rus es una mujer polifacética

que presume de personalidad múltiple sin complejos.

Y lo mejor: me he dado cuenta de que no soy la única. De que estoy rodeada de mujeres como yo, que esconden en su interior más voces que Carlos Latre y que no están dispuestas a callarlas. Que no están dispuestas a que una dimensión canibalice todos los aspectos de su vida. Que están dispuestas a madurar y evolucionar pero sin olvidar el “yo” que fueron antes y las cosas con las que siempre han soñado.

Si tú eres así, bienvenida a Glup Glup.

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Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...