Barbas: yo digo SÍ, yo digo NO

Por Puri Ruiz

Barbas: yo digo SÍ, yo digo NO

Como persona inestable y con tendencia a la contradicción, me manifiesto abiertamente a favor de la barba masculina. Y un poco en contra también.

Tengo la suerte o la desgracia de almacenar información absolutamente prescindible en mi cerebro. No entiendo, por ejemplo, por qué SÉ que Andrés Velencoso nació en Tossa de Mar, Girona, el 11 de marzo de 1978, si jamás voy a poder morrearlo por su cumpleaños. Pero es así: acumulo datos inservibles. Otro de ellos hace referencia a Picasso: este contaba que, cuando quería representar pictóricamente a un hombre-hombre, profundamente viril, lo pintaba con barba (no siendo él nada de eso). Al parecer, era un tácito o explícito homenaje a su padre, gran barbudo de la familia (no nos consta que la madre usara pelambrera). Y este dato inservible al menos me va a servir a mí para hacer una profunda reflexión del todo a 1 euro sobre las barbas. ¿Me gustan? Sí. ¿Me gustan? No. ¿Qué dices? ¿Eh? ¡Parezco Joaquín Reyes haciendo un Celebrities, diciendo una cosa y la contraria! En fin, para aclararme del todo, o no, aquí van mis razones a favor de las barbas. Y en contra, también. 

LA BARBA ME PONE

1. Destila virilidad. Esto es así. Y debe de haber algo atávico en todo esto, porque un nutrido número de hombres influyentes a lo largo de la Historia lucía barbaza. Cada época la customizó a su manera: los egipcios, los más cuquis de todos, la trenzaban con hilo de oro, la teñían con henna… Hasta se la ponían postiza si no les crecía una en condiciones. Pero muchas civilizaciones y épocas históricas la tenían como signo de sabiduría y de estatus; incluso para algunas llega a tener connotaciones religiosas.  

2. Porque está de moda. Cuando yo era pequeña, allá por los setenta, los hombres con barba eran una rara avis. Se llevaba mucho el bigotón rollo Íñigo (que combinado con el pantalón de tergal de cintura baja y marcando packaging debió de hacer dudar a muchas mujeres hetero de sus gustos). Los ochenta nos trajeron hombres rasuraditos, con carita de bebé, y los noventa, la famosa barba de dos días a la que tantas mujeres debemos tantos cambios de piel y tanta exfoliación tax free. La primera década del 2000 trajo la temida metrosexualidad (de la que hablaremos largo y tendido algún día) y, con ella, la no-barba o, a lo sumo, una especie de moquetilla muy poco favorecedora. Pero los dos o tres últimos años han supuesto la explosión del vello facial ahí, a lo loco. La prueba está en la última gala de los Oscar, que viene a ser una mise en scène de las tendencias que dictan los gurús de la moda. Se la vimos lucir a imberbes legendarios como Hugh Jackman, George Clooney o, sobre todo, Ben Affleck, que las lucieron pobladísimas y arregladísimas (en aquella alfombra roja estuve a punto de colapsar de pasión); pero hubo más: Bradley Cooper, Jason Pine, Jason Clarke, Chris Evans… Aquello parecía una manifestación contra el aftershave

3. Porque abriga. Tú vas por la calle con tu chico de la mano y cruzas, qué te digo yo… Madrid en enero. Ya sabéis quienes conocéis o habéis visitado la plaza de España de la capital que el viento que hace allí es un fenómeno meteorológico inexplicable que deberían estudiar los tres científicos que aún quedan en algún aeropuerto de España. Y claro, no es lo mismo que te abrace un tipo que te pone un fular en la cara a que lo haga un rostropálido con las mejillas tan frías como tus pies. 

4. Disimula defectos. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais… Papadas colganderas cubiertas por amables barbas, mofletes infinitos cabalgando impotentes por aparecer bajo una férrea mata de vello, barbillas ínfimas convertidas en mentones prominentes dignos de un actor de Hollywood… Todo, por arte de birlibirloque. A veces, unos pelos puestos en su sitio son garantía de belleza. ¡Quién lo diría!

5. Les hacen parecer más interesantes. Por algún extraño misterio, o quizá por el atavismo al que me refería en el punto 1 de esta sesuda reflexión barbística, una barba haría que, por ejemplo, un tronista de HYMYV parezca licenciado en dos carreras difíciles y a punto de terminar un máster. Si eres de las que a Dios pone por testigo que jamás se liará con el marido de una amiga, pídele que no se deje barba. Porque la barba, amigas, es la manzana de la discordia del siglo XXI.

 

LA BARBA ME PONE, PERO DE LOS NERVIOS 

1. Parecen neandertales. Ante todo, sinceridad. Lo más cómodo del mundo es no afeitarse. Afeitarse supone un arduo trabajo diario no exento de cortes, escozores y granitos reventados. Nuestros antepasados de hace miles de años llevaban pelo hasta en las córneas porque no tenían medios para rasurarse y porque en aquella época tenían otras prioridades, como la de sobrevivir. No llamemos look a algo que es el antilook, el descuido absoluto, la desgana. 

2. Roza y deja marcas. ¿Os habéis liado alguna vez con un tío con barba? Yo, sí. Y no tengo precisamente la piel más sensible del mundo. La barba arrasa por donde pasa. Arañazos, marcas, rojeces… Yo conozco de sobra las huellas indelebles de una mata de pelo facial en piel ajena y no solo son difíciles de borrar, sino que son feas a más no poder. Un chupetón adolescente tiene su encanto; una rozadura de barba es una marca fea, como la del aceite que salta de la sartén.  

3. Es sucia. Hay solo dos cosas más asquerosas en el mundo que un tío con barba comiendo sopa: un tío con barba comiendo pan y un tío con barba comiendo espaguetis. La barba se convierte en un recogebasuras de categoría, y la imagen de un hombre con un espagueti surcando su barba cual gusanillo hace que un escalofrío atraviese mi médula espinal.

4. Bye, bye, cuello. Una barba algo más larga de lo normal y… te quedaste sin cuello. Es así. Dirán lo que quieran, pero un centímetro de longitud de más y pasas de George Clooney a David el Gnomo. Y no digamos si encima eres cabezón: la barba añade pulgadas al rostro y lo agranda ópticamente. Si eres un superdotado facial, deja la barba para otra vida; para cuando seas marido de mantis religiosa, por ejemplo, que te va a durar poco. Dicho lo cual: Fernando Alonso, ni lo intentes.

5. Avejenta. ¿Perteneces a esa casta de jovenzuelos veinteañeros que quieren estar en brazos de la mujer madura? Déjate barba. Ahora, si te apetece lo contrario (rondas los cuarenta y te has fijado en la chica de 25 del gym) corre a rasurarte. Porque innegablemente, queridos, la barba envejece. En primer lugar, porque el rostro cubierto de pelo hace mayor y punto; pero en segundo, porque las primeras canas aparecen justo AHÍ. Hay gente con su cabello impoluto que sin embargo peina canas en la barba. No hay más que ver a Mariano Rajoy, con la barba prácticamente blanca y su cabello perfectamente… Hay que ver qué buen día se ha quedado hoy, para ser otoño, ¿eh?  

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Este artículo lo ha escrito...

Puri Ruiz

Puri Ruiz (Madrid, 1968). Periodista nacida en la capital pero arrastrada hasta el sur gracias a una ola molona que me dejó una pareja alucinante y una hija maravillosa. Fuera de ellos, que son mi... Saber más...