Tanto va el cántaro a la fuente...

Tanto va el cántaro a la fuente...

Tanto va el cántaro a la fuente...

…que termina por romperse. Aunque en este caso el cántaro soy yo. Y da igual que vaya a la fuente, al huerto o a Narnia. El  caso es que soy experta en terminar por los suelos, herida, magullada y marcada.

He de confesar que me viene desde pequeña. Que me cuentan mis padres que con menos de tres años ya estuve a punto de colarme por una alcantarilla que estaba destapada, y que si no llega a ser que por aquel entonces mi señor padre aún estaba ágil y pudo salir corriendo para pillarme al vuelo justo a tiempo, hubiera hecho una visita a las aguas fecales. Y es que si vas andando conmigo por la calle, es muy posible que de repente me veas desaparecer y me encuentres tirada por el suelo.

Es lo que tiene la genética. Que de mi madre lo mismo heredo la buena mano para la tortilla de patata, como su torpeza innata (besitos, mami). Y es que las cosas hay que llamarlas por su nombre, y yo soy torpe. Pero torpe-torpe. TORPE con mayúsculas.

Siempre sospeché que la agilidad y la coordinación no era lo mío, y me acuerdo cuando estaba en clase y de repente se escuchaba un golpetazo, la profesora, sin necesidad de girarse de la pizarra, ya sabía que era yo la que se había caído (es que lo de resistirse a balancearse en la silla era  demasiado para mí). Pero cuando tienes un de jefe te pone como apodo “Pepe Viyuela”, ya no te queda ninguna duda.

¿Quién dijo miedo a pasar por debajo de una escalera? ¡¡¡Mi miedo es acercarme a una!!!

Con siete años ya empecé a apuntar maneras cuando, haciendo una carrera con mi hermana, me tropecé con su pie y terminé con la muñeca rota. Y así es como inauguré mis aventuras traumatológicas (que no traumáticas), las cuales, que yo recuerde, suman esa rotura de muñeca, dos esguinces de rodilla, un esguince cervical, rotura de un dedo del pie y ¡¡¡ocho!!! esguinces de tobillo.

¿Qué cómo soy capaz de hacerme ocho esguinces de tobillo? ¡Huy! De muchas maneras: rodando por unas escaleras, bailando en un altillo, pisando una pistola de juguete (no preguntéis), tropezándote con un bordillo… incluso he sido capaz de hacerme un esguince de rodilla esquiando y al día siguiente de que me dieran el alta, caerme al ir a coger el autobús y hacerme otro de tobillo. Eso sí, gracias al que me hice por culpa de una baldosa de la calle que llevaba tiempo levantada, conseguí que arreglaran la acera.

Por veinticinco pesetas la respuesta, distintas maneras de hacerse un esguince.

Pero no todos mis tropiezos han tenido como resultado una venda o escayola. Recuerdo especialmente uno que tuve en el baño hace unos pocos años. Era por la mañana y estaba preparándome para ir a trabajar. Acababa de ducharme, fui a coger la toalla y resbalé y me caí de la bañera. Sí, DE la bañera, no EN la bañera. Todo mi santo cuerpo espatarrado en el suelo del baño. Tuve suerte, ya que mi cabezón cayó entre el retrete y el bidé. Sin embargo, al ser invierno tenía encendido un calefactor de esos de resistencias eléctricas, el cual golpeé con mi inmenso trasero mojado. Así que en la ecuación aparato eléctrico más cuerpo mojado, el resultado fue que saltaron los automáticos. El cuadro de luz de mi casa está en la entrada. Tuve que salir chorreando y sólo tapada con la toalla (que sí, que conseguí cogerla) al descansillo a dar la luz, para poder ver el cuadro eléctrico de mi casa. Cuando lo consigo y regreso al baño, me encuentro con la barra y la cortina del baño arrancadas y por el suelo, el calefactor destrozado, agua por todas partes, y diversas salpicaduras de sangre provenientes de cortes en pies y manos que no tengo ni idea de cómo se produjeron. Pero lo mejor de todo era la quemadura en salva sea la parte que coincidía con la rejilla del famoso calefactor: cinco rayas como si Freddy Krueger me hubiera metido mano.

-Mira, Olga, un desnivel en la acera. -Quita de ahí, que es todo mío.

Y es que donde vosotros veis una puerta, una manilla, un tobogán, una plancha, un horno… yo veo un hematoma. Creo que no he pasado un solo día en el que mi cuerpo no esté marcado por un hematoma, un corte o una quemadura. Lo cual no tengo claro si será una ventaja o un inconveniente el día que tengáis que identificar mi cadáver.

Sin lugar a dudas, esta cicatriz nos confirma que es su cadáver.

Por cierto, no quería despedirme sin mandar un saludo al padre de mi amiga Marga, que solía decir que la mejor inversión que había hecho en su vida era comprar las muletas para que pudiera usarlas yo tan a menudo. 

Enviar por WhatsApp

Este artículo lo ha escrito...

Olga Andérez

Olga Anderez (Santander, 1975). Secretaria y contable afincada en Madrid que, a la vista está, se mete en cualquier embolado que se le cruza en el camino. Fanática de las redes sociales y del... Saber más...