Me voy a meter en el charco

Me voy a meter en el charco

Me voy a meter en el charco

¿Pasear por la lluvia es tan romántico como parece? ¿La lluvia en Sevilla es pura maravilla? ¿Y en Logroño? Desde luego, la lluvia en Madrid tiene sus momentos, algunos muy cinematográficos, pero no como nosotros lo esperábamos.

A mí me encanta el otoño en Madrid. Las temperaturas son más suaves, los árboles se tiñen de los colores de temporada (unos colores que no vienen impuestos por los diseñadores de turno y nunca se pasan de moda) y hay en el aire una sensación de que algo está cambiando. O de que mi suegra va a inaugurar la temporada de Cocido Madrileño, vete tú a saber. Y lo que más me gusta de esta época del año: la lluvia. Pasear bajo la lluvia un otoño en Madrid se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Tiene un yo qué sé muy cinematográfico. No me negaréis que a vosotros también os atrae, que muchas veces vais caminando por la calle y empieza a llover y os gustaría hacer algo como esto:

O que vais en buena compañía y empieza a llover. Entonces lo que se impone es que te den un beso de película. Como este:

Qué leches: aquí va un vídeo con los mejores besos bajo la lluvia del cine.

En definitiva: ¡qué bonita es la lluvia en Madrid cuando tienes tiempo libre, cuando te crees un poeta atormentado, te regodeas en una crisis existencial o tienes una cita romántica!

Pero esto es la vida real y una cosa es pasearse despreocupado por la calle mientras cae chirimiri y otra bien distinta tener que atravesar Madrid a toda prisa porque llegas tarde al trabajo y están cayendo chuzos de punta. En ese momento, la ciudad se convierte en una gymkana. Y como en todas las gymkanas, la posibilidades de que acabes hecho una piltrafa son muchas o todas. Las opciones para salvaguardarse en ese caso son pocas y no muy eficaces.

La lluvia en Sevilla será una auténtica maravilla, pero en Madrid es un auténtico coñazo.

Por un lado, está el paraguas. A mí el paraguas siempre me pareció un invento ridículo. Un artefacto que te inutiliza una extremidad dejándote manco en un pis pas, pero, no contento con eso, es inútil en un montón de ocasiones:

1) como cuando llueve tan fuerte que no sólo llueve desde arriba sino también desde abajo. No conozco ningún paraguas que consiga que no se me empapen los bajos de los vaqueros;

2) o cuando hay ráfagas de viento y entonces el paraguas no sólo no te cubre sino que te convierte en una patética copia de Mary Poppins;

3) o cuando eres una persona bajita como yo y vas clavando los picos de tu paraguas en los sobacos y las caras de los demás. Y entonces tienes que llevarlo, pero cerrado, no vaya a ser que te caiga una demanda por agresión.

Por otro lado están las katiuscas, las famosas botas de agua, supuestas fortalezas inexpugnables donde nada puede entrar. Hasta que entra. Entonces el problema está en que tampoco puede salir y te vuelves a casa andando directamente sobre dos malditos charcos.

¿Y qué me decís de los chubasqueros? Los chubasqueros te convierten inmediatamente en un turista japonés y las posibilidades de acabar empapado son las mismas que sin él, pero con el agravante de que seguro que te roban la cartera.

Qué mejor que un traje de Stormtrooper para pasear bajo la tormenta. 

Así que no te queda otra y terminas entrando en el Metro.

El Metro en otoño te recibe siempre con una desagradable bocanada de aire caliente, de olor a cigarrillos y a madrugón. Es como si lo rociaran todas las mañanas con Eau de Desazón. Nadie es guapo en el transporte público. La gente no tiene el glamour de la gente que pilla el AVE o se pasea por el aeropuerto, ¿verdad? Además, los días de lluvia el Metro va más petado de lo normal porque los paraguas ocupan mucho espacio y el malhumor, más. El malhumor que te hace más feo. Aún.

Aunque lo peor está por llegar, cuando sales del vagón y al llegar a las escaleras te encuentras con un charco enorme, infinito, sublime... porque ha llovido tanto que se han desbordado las previsiones y nadie había pensado que todo lo que estaba cayendo en la calle podía seguir bajando más. En ese momento, te das cuenta de que has metido la pata hasta el fondo. Del charco, claro. Y te encuentras con que el escenario cinematográfico es muy distinto al que esperabas. 

Bueno, en mi barrio fue más bien así:

Dime cómo atraviesas ahora ese bloque inmenso de agua si no aparece ese tal Noé con su barca. La primera opción que se te ocurre es hacerte con un buen equipo de submarinismo y lanzarte a la aventura. Pero a las ocho de la mañana a saber qué te puedes encontrar en la incursión. Quizá un par de ejecutivos trasnochados. En ese caso aquí te enseñan cómo reaccionar al ver un tiburón mientras buceas. O a un tipo al que se le fue la mano paseando su crisis existencialista y acabó hundido en la miseria. Y en el charco. Vamos, que ni corales, ni tesoros piratas, ni peces payaso y sí otro tipo de fauna mucho más exótica, pero exótica en el sentido “políticamente correcto” de la palabra. Además, sumergirse en un charco del metro sin haber dado antes lecciones de buceo puede ser un gran peligro, porque puedes caer en alguno de los errores más típicos de los novatos, como te cuentan aquí. Así que lo normal es que lo desestimes y sigas a la masa que ya está atravesándolo en manada. Yo, como ya he dicho, soy muy pequeñita, lo que puede parecer una desventaja a la hora de usar el paraguas, pero no lo es tanto en ocasiones como esta. Mi pequeño tamaño me permite escabullirme por los huecos que van dejando los demás viajeros y atravesar el charco casi sin pisarlo. Qué sofocón. Subir las escaleras rodeada de tanta humanidad consigue lo que el charco no ha hecho:  llegas al exterior empapada por dentro. Y afuera, sigue lloviendo. Y mientras tú estabas guarecida en el transporte público (es una forma de hablar), Madrid se ha llenado de charcos también. Charcos que hay que sortear o bucear, según la calle o el socavón que te encuentres. Y en estos habrá muchas más sorpresas por descubrir en forma de montañas de basura, tesoros de origen animal, etc.  

En resumen: los días de lluvia en Madrid da igual si coges el transporte público o vas andando. El resultado es que vas a llegar al trabajo hecho una sopa por fuera y sudoroso por dentro. Un asco, lo pilles por donde lo pilles. Quizá la próxima vez me deje el paragüas y las botas de agua en casa y me vaya directamente vestida con el traje de buceo. Y os recomiendo que hagáis lo mismo.

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Este artículo lo ha escrito...

Rebeca Rus

Rebeca Rus (Madrid, 1974) es creativa publicitaria, escritora, columnista y responsable de la sección de cocina de la Revista Cuore. Es la autora de los libros "Sabrina:1-El Mundo:0", "Sabrina... Saber más...